“Los estilos son el recuerdo estético de las épocas al través de los diversos cultos de la belleza”.(*)
En las piedras de las estatuas y de los monumentos, en los muebles, y en general, en todas las cosas que sobreviven a las generaciones, las ideas de los siglos duermen como testigos mudos de sus costumbres y de sus aspiraciones ideales. Así como los caprichos de la moda son efímeros, la inmutable belleza no puede improvisarse, ésta es eterna y en todos los estilos admiramos el sello de toda una eternidad.
Cuando el Rey Sol tomaba asiento en una butaca de su tiempo, ignoraba de seguro, que descansaba en lo que hoy llamamos una butaca de estilo Luis XIV.
El conocimiento de los estilos comienza por la arquitectura, el más antiguo testimonio que los siglos han dejado. Y dentro de aquella los decorados, tapices, alfombras, vitrales y mobiliarios que han generado el confort y el lujo que templaron nuestro cuerpo.
Cada estilo decorativo habla de una civilización, evoca la manera de ser y de pensar de su época.
Y aunque etimológicamente, el estilo no era más que el punzón que los antiguos utilizaban para escribir sobre las tablillas de cera. Se transformó en una especie de prolongación de la mano que obedecería la voluntad del escultor o dibujante, para convertirse en materia.
Las épocas, además de nacer, crecer y morir, también se reproducen. El mejor ejemplo de ello suele reflejarse en los objetos culturales. Al contemplar un arcón o una silla, se debe reconstruir el medio histórico que les dio nacimiento. La geografía, el espacio en el cual tuvieron lugar, sus materiales y tecnología. Y con ello lograr comprender el porqué de su existencia.
(*) Bayard – 1921
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